un segundo al lado del lago

Es grande la necesidad de agarrar un teclado y plasmar las primeras sensaciones y todo lo que suscita esta ciudad. Me siento como una enferma digital ansiosa por un maldito ordenador. Por fin he conseguido uno y creo que mataría si intentan quitármelo.

Esta es una ciudad tan tranquila como espontánea. Si tuviera que definirla con dos adjetivos serían éstos, aunque tiene otras mil características que le hacen especial y seguro que única. Es ordenada y limpia. Nada tiene que ver con el resto de capitales nórdicas.

Un color, el gris. Impregna la ciudad. Se deja oler y casi palpar. Se puede sentir. Fluye tranquilo, posándose en cualquier resquicio, invadiendo cada rincón. Reina por encima de todos los demás. Será porque el cielo que nos cubre es grande y siempre está del mismo color. Salvo ayer, domingo, que el sol ganó la batalla a las nubes y cuatro rayitos nos dieron algo de vida durante una hora. Gracias al sol la ciudad se ve de otra manera. Menos apagada, menos triste y con más vitalidad. Sí triste, porque el gris es un color tan neutro y tan apagado que influye en el ambiente y en carácter. El poco tiempo que el  sol salió iluminó las calles y sacó a relucir los colores de las fachadas hasta el momento desconocidos. Cuando regresan las nubes, la ciudad vuelve a apagarse. No de luces, sólo de color.

el edificio de la derecha es el inmenso colegio donde vivimos

La gente pasea, sin prisas, sin agobios. Sin estrés. Dicen que es uno de los países con mayor tasa de consumo de antidepresivos. Yo pienso que es por la locura de las horas de luz y de noche pero no por el estrés. En verano sólo oscurece, un poco, durante cuatro horas y en invierno apenas sí hay luz. Y esto ya no me lo dicen, lo he comprobado yo, pues hoy he dormido con antifaz.

caminante solitario

Pasear por Reikjavik es agradable. La ciudad es tranquila y también capaz de transmitir al ciudadano y al visitante esa tranquilidad. Se respira calma. Las fachadas de las casas, al igual que los islandeses, también se visten de color. Expresión manida por excelencia, pero hoy me viene al pelo. Por lo general son construcciones sencillas, de madera y forradas en el exterior con chapa. Hablando claro, un poco cutres. Están pintadas de tonos intensos, amarillos, azules, morados, rojos. En cuanto sale el sol adquieren un brillo especial pero si el día se nubla, el gris vuelve a la ciudad. De nuevo neutralidad.

Como el tráfico no es denso tampoco hay atascos ni pitidos a todas horas. Cruzar la avenida principal con el semáforo en rojo no significa arriesgar tu vida. Los pocos coches que se ven circulan, -si cabe-, con excesiva precaución.

El islandés es agradable y amable, -dicen-, aún no he hablado con ninguno. Espero tener oportunidad de hacerlo aunque con mi poor English presiento que será difícil.

Esa calma y esa tranquilidad que anega la ciudad se ven interrumpidas,  -en ocasiones-, por alguna banda de rock o algún grupo de teatro que sale a la calle a exhibir su talento. Urban taste que en jerga cool dicen algunos. Coches de época o humers con yantas imposibles surgen de la nada y se dejan ver el domingo, día del paseo familiar. Son habituales los todorrenos y coches grandes. No para la nieve porque en Reikjavik no nieva. Ni hace un frío insoportable en invierno. Puras leyendas urbanas que niegan el verdadero carácter de una ciudad.

Pero hablando de gustos, de eso sí que entienden los islandeses. Visten una moda retro. Mezcla de años sesenta y ochenta con toque punk y mucho colorido. Como la naturaleza les priva de color ya se lo colocan ellos. Medias negras, vestido gris, calzas rosas, abrigo amarillo y botines de medio tacón blancos. Ahí es . Pero aún hay más. Gafas tipo Philip Seymour Hoffman en Truman Capote, de pasta, negras y cuanto más grandes mejor. Es normal el pelo corto o muy largo y despeinado en las mujeres y teñido de cualquier tono llamativo. Ellos también. En general  son atrevidos con los tintes.

iceland desing

La ropa vintage tiene tanto tirón que hay tantas tiendas de ropa nueva como de segunda mano. Incluso hay un mercadillo al lado del puerto donde puedes encontrar desde una bata de andar por casa o una bandera del Che o de los EEUU. Joyas, zapatos, pieles, jerséis de lana… todo tipo de flora y fauna imaginable e inimaginable, comestible, vestible, creíble e increíble.

¿Destino exótico? Quién sabe. Quizá el resto del país lo sea. La capital no. El centro histórico es diminuto. Una calle principal empedrada con varias tiendas de souvenirs, algún que otro café y algo de fashion by Iceland. Un par de plazas con terrazas cubiertas y calefacción exterior, varias tiendas de discos, de tatoos y supermercados estatales, los únicos establecimientos donde se puede comprar alcohol a un precio asequible. Y en medio de todo este maremágnum un lago y sobre el lago reposa un horrendo edificio de hormigón gris sin revocar que hace las veces de City Hall.

Todo es bastante caro, la ropa más que en España, de ahí la proliferación de tiendas de segunda mano. Tomar una cerveza en un bar puede costar unas 800  ó 1000 pesetas. Entre 5 y 6 euros. Un café, 200-400. Una infusión, 300-500. Una cocacola de barril servida a través de  un dispensador que regula la cantidad, sin limón, sin tapa y con una tonelada de hielo, 400 pesetas. Un jersey de lana, 20.000 pesetas, botas de montaña 20.000 – 30.000 pts. Camisetas con eslóganes absurdos como las que encuentras a la entrada de cualquier tienda de recuerdos, 3500 – 4000 pts. Es más fácil pensar en pesetas porque más o menos una de éstas equivale a una corona islandesa. En fin…, todo rabiosamente caro.

Mañana más y mejor.