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Islandia hierve y no nos damos cuenta. Todo lo que está bajo nuestros pies tiene temperaturas infernales. Y el agua, cuando sale al exterior puede superar los cien grados centígrados.

El viernes hicimos una excursión por el sur de la Isla. Llegamos hasta Vik. Está a 200km al sur de Reikjavik, unas tres horas en coche. Las carreteras no son buenas pero creo que también nos perdimos un poco.

Suena  The Doors. Nuestro Campleader pone la música a todo volumen. Creo que intentaba recrear tiempos pasados. Sesentero empedernido, hippy, roquero y muy bohemio. Le va la marcha. No conduce una wolkswagen pero como si tal fuera. Su cincuentena se nota pero intenta alargar su  juventud  y disfruta con ello. Canta un inglés extraño pero se sabe la canción. La copiloto, alemana, se anima y le acompaña con las palmas, el resto nos unimos por la necesidad de sentirnos integrados.

Falla. Más abajo fue donde me caí

Los paisajes son casi indescriptibles y de una belleza extraña, diferente pero sublime. Unos campos de un verdor intenso contrastan con la negrura de las de las montañas y rocas volcánicas. En el horizonte, el color del cielo, -cambiante a cada instante-, parece el director de orquesta. Unas veces clarea y deja escapar cuatro rayitos de sol que barren con su luz todo lo que a su paso encuentran. Otras, espesan y se ponen de un color tan gris, tan serio que enfadan hasta a las parejas de ovejas que pastan en el campo.  La naturaleza aquí se muestra tal y como es, no esconde nada. Se presiente brava, salvaje, casi indomable pero a la vez transmite mucha paz, sosiego y buena dosis de ternura. Aquí la naturaleza está dormida y mece los cuerpos de quienes se atreven a caminar por su regazo.  Los caballos disfrutan tranquilos del banquete que les brindan los campos. Varias tiendas de campaña se dispersan por el paisaje. Son muchos los que buscan el arrullo de estas tierras para conseguir un poco de evasión y purificar el cuerpo y la mente. Otros, más atrevidos, deciden recorrer en solitario la isla. Una bicicleta y un macuto a la espalda son sus únicas pertenencias. No hace falta mucho más porque aquí el aire alimenta. No hay pueblos, sólo varias granjas y summer houses aparecen de vez en cuando. Aún quedan restos de construcciones antiguas, casas bajo las rocas completamente cubiertas de vegetación. Realmente bonitas.

Ahora suena I´m a Little alian de Sting. Él está en Nueva York, un inglés en Nueva York y se siente un alien. ¿Y qué hace una española en Reikjavik y danzando por Islandia? Hay canciones que inevitablemente te hacen pensar…

Por el camino hicimos parada en varios lugares que como tienen nombres imposibles no consigo recordar. Más bien tampoco hice el esfuerzo de almacenarlos. No llegamos a ver geiser de gran altura, pero en las imágenes que muestro se puede apreciar cómo el agua sale disparada hacia arriba. Ver cómo el agua hierve en las pozas y desprende un denso vapor es una sensación extraña. Como si alguien ahí debajo te hablara, intentara decirte algo. Hay chimeneas por todo el suelo y por algunos orificios se escucha el ruido de aguas subterráneas. La naturaleza duerme pero también habla. Sientes como si las entrañas de la tierra utilizaran cualquier recoveco para soltar su ira. Que cualquier agujero en el suelo puede ser una buena vía de escape. Cada quien tiene su forma de comunicarse e Islandia lo hace hirviendo.

El agua sale disparada desde las entrañas de la tierra

vista general de las pozas

vapor de agua

La siguiente parada: la falla. El lugar donde se juntaron las dos placas tectónicas, -americana y euroasiática- y por el magma expulsado a través de la grieta nació esta isla. El lugar es digno de ver. Bien merece dedicarle un paseo, disparar miles de fotos o sin más quedarte sentado disfrutando de ello, almacenando en la memoria lo que tus pupilas captan en ese momento. He de reconocer que recordaré ese lugar por el resto de mi vida. A parte de por su belleza, por el buen trompazo que me metí.

foto culpable de mi caída

El moratón que tengo en la rodilla da fe de ello. El suelo está siempre húmedo y como es un lugar turístico han colocado un camino de madera para que no te hundas en el fango. Las traviesas de madera están algo elevadas y en el momento de hacer la foto iba caminando sin mirar dónde ponía mis pies. Pisé justo en el borde de una tabla y ¡al suelo! Igual que una croqueta. No pude rebozarme más. Nadie me vio, sólo Marisa, la española, así que la vergüenza no fue extrema. El golpe sí.

Dos paradas más para ver unas cataratas que también merecen un alto en el camino.

Primera catarata... sin nombre

Llegamos a Vik a las 22.00 de la noche. Es un pueblo costero, con playa y arena volcánica. En el horizonte se pueden ver los farallones, columnas de basalto. El conjunto es espectacular. Seguro que Vik tiene más que playa pero era tan tarde que a esas horas todo está cerrado y la localidad más cercana donde poder tomar algo calentito está a una hora y media en coche. ¡Ah! Y para no romper las estadísticas, también llovía. Vik registra el índice más alto de precipitaciones de Islandia.

Regreso al colegio, 02.30h de la madrugada. Al día siguiente hubo que levantarse pronto para hinchar los globos del Gay Pride

Un día más y por fin un rato de descanso. Lo echaba de menos. Somos 19 personas viviendo bajo el mismo techo y esta convivencia a veces se hace un poco insoportable. Una prueba de fuego para mi paciencia.  No es que esté mal, que nadie se asuste, pero todo tiene su explicación.

muro donde puedes dejar y coger lo que quieras

Vivimos en un colegio. Una improvisación de alojamiento. Es un edificio construido 40 ó 50 años atrás. Aquí reciben clase los niños desde los 3 hasta los 15 años. Como están de vacaciones podemos usarlo nosotros. Las dependencias son amplias, los pasillos interminables y muy espaciosos. Tenemos cocina, patio para jugar al basket, lavadora, secadora… Dormimos en dos aulas, tirados en el suelo en colchonetas de gimnasio. Como había muchas cogí dos para dormir más cómoda y no sentir que mis huesos se clavaban en el parqué. El primer día pasé un frío del carajo, aunque aprendí rápido  a encender los radiadores pero cuando se nota mucho calor viene la belga y me los apaga. Suele ser cuando la habitación está hirviendo, así que no me importa.

Dos franceses, una griega, dos italianos, tres españoles…, más bien parece el comienzo de uno de esos chistes internacionales, sólo graciosos para la nacionalidad del que los cuenta, pero no es eso. Éste es el grupo de gente con la que he vivido los tres últimos días y viviré los próximos diez.  Y en sólo 72 horas ya sé que la cosa no va a funcionar.

Los comienzos fueron malos y me temo que no van a mejorar. Nada más llegar me di de bruces con la realidad. ¡Soy de las más mayores del grupo! Yo, con mis veintiséis bien cumpliditos, llevados con orgullo, jactándome de ello en ocasiones y riéndome del prójimo cuando me envidia, ¡me he sentido vieja por primera vez en mi vida! Quien escupe para arriba corre el riesgo de que le caiga encima y a mí me ha pillado desprevenida y sin paraguas.

Esto no puede ser. Esta brecha generacional no entraba en mis planes y me ha roto los esquemas.  16, 17, 18, 19, 20… Al más pequeño le saco la friolera de diez años. Se dice pronto. Y hiere tanto como tan pronto se dice. Y yo que pensaba que los 26 eran una edad casi ideal, añorada por los treintañeros y ya en el olvido de los cuarentones, estos mocosos con su vitalidad me han tocado y hundido. La próxima vez que busque un campo de trabajo me aseguraré bien de cuál es la media de edad. No, mejor preguntaré cuánta gente hay con los mismos años que yo, no vaya a ser que a algunos les tenga que dar el biberón y a otros ponerles la dentadura. Pero sólo ha sido un pequeño imprevisto que ha metido una cornada a mi orgullo de veinteañera. Después de superado el trauma, lo mejor es integrarse e intentar seguir su ritmo.

Estatuas a la entrada del PERLAN, un observatorio

A priori parece fácil, pero os aseguro que no lo es. Si es que esta panda de niñatos irreverentes recién destetados ya camina dos pasos por delante de mí. Intento seguir su trote, pero no lo consigo. Nacen pisando fuerte y ya no me queda ventaja. Por poner algún ejemplo. El idioma. Quince años estudiando inglés y no entiendo ni jota. Pues he aquí el italiano de los seventin. Seventín, sí, seventín, diecisiete. Los ojos como platos se me pusieron cuando le oí. Rubio, con el pelo a lo Jona´s Brother, 1,80m, y habla tres idiomas. Inglés, Italiano y Francés. Trilingüe, como el Patio de la UAH. ¿Y español?, le pregunto por entablar algo de conversación. Nunca, -me responde soberbio, en inglés y bien seguro de sí mismo-, no lo voy a necesitar. ¡Chúpate esa Anita! ¿Y ahora qué coños le respondo? ¿Cómo se dirá en Inglés…? Mientras lo pienso se ha pasado el tiempo de respuesta y no hay lugar a réplica. ¡Maldito sea el inglés, el francés y el italiano que lo habla todo. Todo menos español, que no le hace falta. Encima de darme una buena colleja con los idiomas me da un sopapo con eso del español. Si éste supiera la verborrea que yo tengo se andaría con menos tonterías. Claro que no siempre se puede luchar en campo de batalla nacional. Me vuelvo a dar por vencida. Tocada y hundida, again.

Playa de Reikjavik

playa

Hablemos de la francesa de 16. Se ha pasado la vida viajando, imagino que con chupete y en carricoche porque no le ha dado tiempo a mucho más. Hace dos días le salió el último diente y empezó a dar los primeros pasos. Vive en París y decirlo la encanta. Es alta, escuálida, con el pelo largo y bien marcada la raya lateral para que el flequillo le cubra la frente. Usa un eyeliner very stronger que no se quita ni para ir a la swimiming pool. Ha estudiado en Estados Unidos, ha hecho cursos de inglés en Harvard que no en Jarvar y tiene un marcado acento americano pues su hermano no tiene tuenti yiars, tiene tueniards. Siendo sincera, es simpática. Se esfuerza por hablar con los españolitos que entendemos poco. Hoy me dio las gracias por la cena: I enjoyed your dinner, Ana. Eso entendí. Supongo que no jugara con el pollo asado ni con el arroz, así que me daré por aludida.

La playa es unicamente lo que aqui se ve

Somos veinte y tendría un capítulo entero para cada uno, pero me llevaría un tiempo del que no dispongo y nuestro campleader se merece una mención especial.

Meir es un tipo peculiar. Rondará los 50 años, quizá tenga menos pero en ese caso mal cuidados. Piel curtidita y rosada en los pópulos, gafas de pasta, pelo algo descuidado color ceniza, es delgado pero de perfil se intuye una prominente panza. Estética informal, desenfadada, sencilla. Es fotógrafo profesional, Israelí. Vive, cuando está allí, en un Kibut. Huyendo del estrés en el trabajo ha pedido un año sabático para venir a Islandia. Dice que la vida en el Kibut no es lo que era. Ahora es difícil sacar adelante la comunidad. Aquí trabaja como voluntario.  Habla una mezcla de francés, hebreo e inglés. Marisa dice que comete muchos errores gramaticales, yo ni me entero. Escucha Santana. Le gusta bailar y tomar cerveza. Es activo, activista y comprometido. Tiene a sus tres hijos, varones, desperdigados por el mundo. ¿Mujer? No lo sé, nunca ha hablado de ella.

Una foto de mi cara para que no os olvideis de mi.

Es hora de dormir, ya no estoy sola en la habitación y me reclaman el ordenador. Hoy las fotos no tienen mucho que ver con lo que he escrito…

Un saludo para todos desde tierras vikingas.

un segundo al lado del lago

Es grande la necesidad de agarrar un teclado y plasmar las primeras sensaciones y todo lo que suscita esta ciudad. Me siento como una enferma digital ansiosa por un maldito ordenador. Por fin he conseguido uno y creo que mataría si intentan quitármelo.

Esta es una ciudad tan tranquila como espontánea. Si tuviera que definirla con dos adjetivos serían éstos, aunque tiene otras mil características que le hacen especial y seguro que única. Es ordenada y limpia. Nada tiene que ver con el resto de capitales nórdicas.

Un color, el gris. Impregna la ciudad. Se deja oler y casi palpar. Se puede sentir. Fluye tranquilo, posándose en cualquier resquicio, invadiendo cada rincón. Reina por encima de todos los demás. Será porque el cielo que nos cubre es grande y siempre está del mismo color. Salvo ayer, domingo, que el sol ganó la batalla a las nubes y cuatro rayitos nos dieron algo de vida durante una hora. Gracias al sol la ciudad se ve de otra manera. Menos apagada, menos triste y con más vitalidad. Sí triste, porque el gris es un color tan neutro y tan apagado que influye en el ambiente y en carácter. El poco tiempo que el  sol salió iluminó las calles y sacó a relucir los colores de las fachadas hasta el momento desconocidos. Cuando regresan las nubes, la ciudad vuelve a apagarse. No de luces, sólo de color.

el edificio de la derecha es el inmenso colegio donde vivimos

La gente pasea, sin prisas, sin agobios. Sin estrés. Dicen que es uno de los países con mayor tasa de consumo de antidepresivos. Yo pienso que es por la locura de las horas de luz y de noche pero no por el estrés. En verano sólo oscurece, un poco, durante cuatro horas y en invierno apenas sí hay luz. Y esto ya no me lo dicen, lo he comprobado yo, pues hoy he dormido con antifaz.

caminante solitario

Pasear por Reikjavik es agradable. La ciudad es tranquila y también capaz de transmitir al ciudadano y al visitante esa tranquilidad. Se respira calma. Las fachadas de las casas, al igual que los islandeses, también se visten de color. Expresión manida por excelencia, pero hoy me viene al pelo. Por lo general son construcciones sencillas, de madera y forradas en el exterior con chapa. Hablando claro, un poco cutres. Están pintadas de tonos intensos, amarillos, azules, morados, rojos. En cuanto sale el sol adquieren un brillo especial pero si el día se nubla, el gris vuelve a la ciudad. De nuevo neutralidad.

Como el tráfico no es denso tampoco hay atascos ni pitidos a todas horas. Cruzar la avenida principal con el semáforo en rojo no significa arriesgar tu vida. Los pocos coches que se ven circulan, -si cabe-, con excesiva precaución.

El islandés es agradable y amable, -dicen-, aún no he hablado con ninguno. Espero tener oportunidad de hacerlo aunque con mi poor English presiento que será difícil.

Esa calma y esa tranquilidad que anega la ciudad se ven interrumpidas,  -en ocasiones-, por alguna banda de rock o algún grupo de teatro que sale a la calle a exhibir su talento. Urban taste que en jerga cool dicen algunos. Coches de época o humers con yantas imposibles surgen de la nada y se dejan ver el domingo, día del paseo familiar. Son habituales los todorrenos y coches grandes. No para la nieve porque en Reikjavik no nieva. Ni hace un frío insoportable en invierno. Puras leyendas urbanas que niegan el verdadero carácter de una ciudad.

Pero hablando de gustos, de eso sí que entienden los islandeses. Visten una moda retro. Mezcla de años sesenta y ochenta con toque punk y mucho colorido. Como la naturaleza les priva de color ya se lo colocan ellos. Medias negras, vestido gris, calzas rosas, abrigo amarillo y botines de medio tacón blancos. Ahí es . Pero aún hay más. Gafas tipo Philip Seymour Hoffman en Truman Capote, de pasta, negras y cuanto más grandes mejor. Es normal el pelo corto o muy largo y despeinado en las mujeres y teñido de cualquier tono llamativo. Ellos también. En general  son atrevidos con los tintes.

iceland desing

La ropa vintage tiene tanto tirón que hay tantas tiendas de ropa nueva como de segunda mano. Incluso hay un mercadillo al lado del puerto donde puedes encontrar desde una bata de andar por casa o una bandera del Che o de los EEUU. Joyas, zapatos, pieles, jerséis de lana… todo tipo de flora y fauna imaginable e inimaginable, comestible, vestible, creíble e increíble.

¿Destino exótico? Quién sabe. Quizá el resto del país lo sea. La capital no. El centro histórico es diminuto. Una calle principal empedrada con varias tiendas de souvenirs, algún que otro café y algo de fashion by Iceland. Un par de plazas con terrazas cubiertas y calefacción exterior, varias tiendas de discos, de tatoos y supermercados estatales, los únicos establecimientos donde se puede comprar alcohol a un precio asequible. Y en medio de todo este maremágnum un lago y sobre el lago reposa un horrendo edificio de hormigón gris sin revocar que hace las veces de City Hall.

Todo es bastante caro, la ropa más que en España, de ahí la proliferación de tiendas de segunda mano. Tomar una cerveza en un bar puede costar unas 800  ó 1000 pesetas. Entre 5 y 6 euros. Un café, 200-400. Una infusión, 300-500. Una cocacola de barril servida a través de  un dispensador que regula la cantidad, sin limón, sin tapa y con una tonelada de hielo, 400 pesetas. Un jersey de lana, 20.000 pesetas, botas de montaña 20.000 – 30.000 pts. Camisetas con eslóganes absurdos como las que encuentras a la entrada de cualquier tienda de recuerdos, 3500 – 4000 pts. Es más fácil pensar en pesetas porque más o menos una de éstas equivale a una corona islandesa. En fin…, todo rabiosamente caro.

Mañana más y mejor.

Según los entendidos, Reikjavík significa en islandés «bahía humeante». Poco se conoce de aquel país salvo que hace demasiado frío y que hace poco tiempo alojaba un volcán que tuvo en vilo a medio mundo

Más cerca de Groenlandia que del resto de Europa, Islandia dicen, contiene auténticas maravillas naturales, los geiser y las aguas termales son algunas de ellas. Pues bien, ése será mi próximo destino y podré comprobar, -sin apoyarme en habladurías-, cuánto de verdad tienen esos comentarios. Con un alto grado de confianza y a una semana y media de mi partida, sé que no me defraudará. Hasta la fecha sólo puedo poner las fotos que me brinda la generosa red, a mi vuelta prometo mis propias imágenes.